4 mil millones de dólares. 2 200 megavatios. 200 metros de altura. 400 km2 de superficie inundada. 6 000 hectáreas de deforestación. 4 000 habitantes reubicados definitivamente. 100 km de la carretera Interoceánica inundados. Inambari.

Muy aparte de todos los cuestionamientos ecológicos, políticos, culturales y sociales que gravitan estos planes binacionales, lo único que tenemos en claro como nación (¿o no?) acerca de uno de los proyectos más ambiciosos jamás concebidos en nuestro país, son cifras, esas frías y silenciosas cifras que son desatados a  los medios de comunicación cuando ya nos queda muy poco por hacer al respecto.

Y son estos datos, los cuales plasman realidades a medias de la situación a la cual representan, son testigos inequívocos de la disparidad que existe entre lo que necesitan unos pocos, y lo que necesitamos todos como nación.

“Lo sublime del poder depende de las virtudes de quien lo tenga”

Las consecuencias negativas de la implementación de hidroeléctricas se encuentran bien documentadas, siendo la principal y más peligrosa la expulsión del gas metano (cuatro veces más nocivo que el dióxido de carbono en términos de efecto invernadero) en grandes cantidades debido a la inundación y putrefacción de enormes áreas de bosques.

Pero... ¿Por qué?, ¿Por qué dejaríamos que un supuesto plan binacional beneficie en más del 80% a la otra parte?, ¿Por qué deberíamos de esperar 30 años a que se termine la concesión, para que recién podamos adjudicarla como nuestra?, y si además, ya nos dimos cuenta de que este proyecto no es nuestro ni para nosotros, ¿Por qué seguir con él?.

“Más poder tiene un árbol que un hombre, más poder tiene un río que un hombre, más poder tiene una roca que un hombre. Pobre hombre aquel que se crea con el poder”